domingo, 4 de septiembre de 2011

Cinco años de prisión


Con la cabeza agacha para no golpearme con el techo comprendí que no podría crecer de la forma que ansiaba, aprendiendo a volar. Con el autoritarismo al pizarrón comprendí que no podía ser persona pensante dentro de esa prisión. Gente superficialmente feliz en su conformismo me rodeaba con una sonrisa inocentemente horrorosa llena de palabras vacías y pensamientos ajenos, provenientes del monólogo del dictador de alguna materia de secundario.
Escapándome de la opresión me encontré con una inocencia perdida desde la infancia y con una ignorancia sufrida entre gente que no tuvo acceso más que a los bienes materiales. Cambio el color de la violencia, lejos de sonrisas ausentes me topé con colmillos y miradas furtivas, fui víctima de vidas perdidas envidiosas de oír a un corazón latir y de encontrar un cerebro lejos aun de estar putrefacto. Profesores abatidos, después de haber perdido la guerra contra las bestias descarriladas. 
Mi instinto de supervivencia me hizo escapar tan rápido que no le di lugar al tiempo para que me lleve a los tres ansiados meses de receso. El remolino en el mar de la desesperación desembocó en el vencedor tercer lugar, que me dejó vencida observando al tiempo darme la espalda. 
Menos neuronas puestas en juego en aquella maquiavélica guardería para adolescentes, todos le rinden culto a la más famosa ley de Darwin por lo que me veo arrastrada a enseñar mis dientes. Pero en la oscuridad visualizo unas alas rotas, que las poderosas aves de rapiña llamadas sumisión, conformismo, ignorancia y superficialidad no lograron alcanzar para devorarlas. Solo la frustración y la angustia dañaron el plumaje. Le presté de mis vendas con las que venía equipada de hace tiempo y nos prometimos jugar a los aviones para practicar lo más difícil, aterrizar sobre un manto de niebla que esconde la prisión de una mente que sueña con ser algo más que un robot, algo más que un cadáver, y algo más que una aplanadora. 

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